domingo, 9 de octubre de 2011

Uruguay

Hace poco terminé de leer un libro de Juan Millas llamado El Mundo, uno de los capítulos y tal vez el capítulo central sobre el que gira esta autobiografía, sucede en el sótano del Vitaminas, amigo de la infancia del autor. El sótano, tenía una pequeña ventana desde donde se podía ver la calle, la experiencia de ver la calle desde el sótano del vitaminas, era ver el mundo como otro mundo. Un día, Juan y el Vitaminas deciden salir a través de la ventana del sótano y entrar así en ese otro mundo que transcurría en la misma calle donde pasaban todos los días, la experiencia es tan fascinante y a la vez tan fuerte, que el autor decide después del paseo volver a entrar por la ventana del sótano para no quedar para siempre en ese mundo.

Traigo a colación este capítulo del libro de Millas, porque estar en Uruguay fue algo parecido a salir por la ventana del sótano del Vitaminas y ver el mundo.

Entramos a Salto al amanecer, parecía que no solo habíamos cruzado la frontera para entrar a otro país, sino que al mismo tiempo, habíamos cruzado por una puerta a otra dimensión, abierta en ese instante en que se junta la noche con la mañana. El tiempo transcurría de manera distinta, las calles, la gente, las tiendas, todo parecía como de una época particular, la época de ese mundo uruguayo.

La espera de nuestro destino, nos llevó al Pueblo de las Batas, así lo bautizamos, un lugar fascinante en donde la gente camina en batas de baño y sandalias o incluso pantuflas, la vida se desarrollaba en esa vestimenta, estar en jeans y playera te hacía sentir fuera de lugar, la verdad es que jamás había imaginado un sitio así y eso que vivo en un país donde los surrealistas se sentían en casa, todas las actividades se desarrollaban en bata, las compras, la comida e incluso en coche la gente traía bata.

Podría hablar de otro pequeño mundo en el que pasé la mayor parte de mi estancia, pero esa esfera de alegría y personajes, merecen un capítulo aparte que solo se escribe en el cuaderno del corazón.


La otra visita a El Mundo fue Montevideo, con su cielo azul y sus calles grises, sentía como si de pronto una película en blanco y negro me hubiera tragado, parecía como si en el mundo solo existieran los colores grises y alguno que otro ocre, como si el azul del cielo, no alcanzara a llegar a la atmósfera más próxima y esta fuera en ese tono del cielo que se ve en las películas de antaño. También aquí la vida parecía estar a otro ritmo, por la tarde la gente sentada en una plaza tomando el mate y viendo la calle, como si... sin ser consientes de ello, estuvieran también observando y viviendo con asombro ese otro mundo.

Así como el autor del libro que menciono, tuve que volver al mundo ordinario por la puerta en la que entré, salí al amanecer en un autobus a Colonia a tomar el barco a Buenos Aires.