La primera vez que fui a Buenos Aires, me sorprendió que la ciudad nunca dormía, que uno podía caminar a las cuatro de la mañana y encontraba una heladería abierta gente platicando y cantando en ella, no se diga de los bares, o los boliches.
En una de esas largas noches que se convertían en amaneceres, veníamos saliendo de un bar cerca de las siete de la mañana y se nos antojó desayunar, vimos una cafetería y nos acercamos, justo al llegar a la puerta, ésta se cerró en nuestras narices y la chica que estaba adentro cambió el letrero a cerrado, alguno de los amigos que me acompañaba dijo: mira si cierran, la chica nos hizo una señal con la mano de esperar cinco minutos mientras limpiaba y volvió a abrir, para dar inicio a sus labores del día.
Algo así me ha parecido este año, como si su final llegara por cinco minutos para limpiar el local y volver a abrir otra vez.
Por azares del destino, o azares administrativos sigo trabajando, pero la pausa es inevitable, el ambiente no está como para pensar en el trabajo, surge una necesidad de parar aunque sea por un momento, a ver lo que pasó en el transcurso de esa medida arbitraria que llamamos año y dar gracias por las alegrías y por las penas, por los que llegaron y por los que se fueron, por lo que emprendimos y logramos y por lo que aprendimos en lo que no alcanzamos, pero sobre todo, porque al final, de todo aquello que sembramos y cosechamos, lo único que queda y vale la pena es el cariño, eso que hace que realmente la vida sea vida y que nos mueve a hacer cualquier cosa, como escribir estas líneas a manera de un papel en una botella que flote en el ciberespacio para que aquel que la abra pueda pedir un deseo y tal vez no saldrá un genio, sino solamente unas cuantas letras con otro deseo: que en el 2012 aún si se acaba el mundo, que no falte ni tantito amor.
En una de esas largas noches que se convertían en amaneceres, veníamos saliendo de un bar cerca de las siete de la mañana y se nos antojó desayunar, vimos una cafetería y nos acercamos, justo al llegar a la puerta, ésta se cerró en nuestras narices y la chica que estaba adentro cambió el letrero a cerrado, alguno de los amigos que me acompañaba dijo: mira si cierran, la chica nos hizo una señal con la mano de esperar cinco minutos mientras limpiaba y volvió a abrir, para dar inicio a sus labores del día.
Algo así me ha parecido este año, como si su final llegara por cinco minutos para limpiar el local y volver a abrir otra vez.
Por azares del destino, o azares administrativos sigo trabajando, pero la pausa es inevitable, el ambiente no está como para pensar en el trabajo, surge una necesidad de parar aunque sea por un momento, a ver lo que pasó en el transcurso de esa medida arbitraria que llamamos año y dar gracias por las alegrías y por las penas, por los que llegaron y por los que se fueron, por lo que emprendimos y logramos y por lo que aprendimos en lo que no alcanzamos, pero sobre todo, porque al final, de todo aquello que sembramos y cosechamos, lo único que queda y vale la pena es el cariño, eso que hace que realmente la vida sea vida y que nos mueve a hacer cualquier cosa, como escribir estas líneas a manera de un papel en una botella que flote en el ciberespacio para que aquel que la abra pueda pedir un deseo y tal vez no saldrá un genio, sino solamente unas cuantas letras con otro deseo: que en el 2012 aún si se acaba el mundo, que no falte ni tantito amor.