viernes, 23 de diciembre de 2011

El fin y el comienzo

La primera vez que fui a Buenos Aires, me sorprendió que la ciudad nunca dormía, que uno podía caminar a las cuatro de la mañana y encontraba una heladería abierta gente platicando y cantando en ella, no se diga de los bares, o los boliches.

En una de esas largas noches que se convertían en amaneceres, veníamos saliendo de un bar cerca de las siete de la mañana y se nos antojó desayunar, vimos una cafetería y nos acercamos, justo al llegar a la puerta, ésta se cerró en nuestras narices y la chica que estaba adentro cambió el letrero a cerrado, alguno de los amigos que me acompañaba dijo: mira si cierran, la chica nos hizo una señal con la mano de esperar cinco minutos mientras limpiaba y volvió a abrir, para dar inicio a sus labores del día.

Algo así me ha parecido este año, como si su final llegara por cinco minutos para limpiar el local y volver a abrir otra vez.

Por azares del destino, o azares administrativos sigo trabajando, pero la pausa es inevitable, el ambiente no está como para pensar en el trabajo, surge una necesidad de parar aunque sea por un momento, a ver lo que pasó en el transcurso de esa medida arbitraria que llamamos año y dar gracias por las alegrías y por las penas, por los que llegaron y por los que se fueron, por lo que emprendimos y logramos y por lo que aprendimos en lo que no alcanzamos, pero sobre todo, porque al final, de todo aquello que sembramos y cosechamos, lo único que queda y vale la pena es el cariño, eso que hace que realmente la vida sea vida y que nos mueve a hacer cualquier cosa, como escribir estas líneas a manera de un papel en una botella que flote en el ciberespacio para que aquel que la abra pueda pedir un deseo y tal vez no saldrá un genio, sino solamente unas cuantas letras con otro deseo: que en el 2012 aún si se acaba el mundo, que no falte ni tantito amor.