lunes, 27 de septiembre de 2021

De Cirugías y Otras Cosas

 

Vuelvo a mi casa luego de una cirugía de hernia inguinal derecha.  Esas hernias me han acompañado en cada etapa de mi vida; de niño me salió una a los 8 años luego de una patada en el Tae Kwon Do; a eso de los 32 me operaron de una hernia hiatal y ahora, a los 47, me descubrí la hernia motivo de la operación luego de una práctica de Aikido. Mi juventud y adolescencia no tuvieron hernias, pero igual un par de experiencias médicas que me llevaron al hospital.

Esta operación la disfruté especialmente.  Hasta ahora, en todas las intervenciones quirúrgicas que me habían hecho, sufrí la anestesia general, que deja esa horrible sensación de no saber que pasó en un lapso de tu vida.  Tienes la imagen de una mascarilla acercándose a tu cara y la del tipo con cubrebocas y traje de cirugía que la acerca, luego despiertas adolorido en una sala, amarrado de pies y manos a una camilla, sin saber dónde estás, con una sed del demonio y escuchando quejidos de otros que están en las mismas condiciones que tú.

Por eso, cuando el anestesiólogo me dio la opción, elegí el bloqueo regional. Me daba curiosidad qué se sentiría estar consiente mientras te abren la panza, te acomodan las tripas y te ponen una red para que no se vuelvan a salir.

Mi elección resultó muy afortunada, la sedación te pone muy bien, en una sensación de calma. El anestesiólogo me aconsejaba que durmiera, pero preferí quedarme así en ese entresueño, mientras sentía como me rasuraban y pensaba como afectaría mi personalidad, esa combinación de rasurada y medias quirúrgicas… reí para mis adentros.

A mitad de la operación algún doctor hizo sonar una play list de clásicos del rock, lo que mejoró bastante el ambiente y le dio al quirófano una sensación parecida a la de un bar, como si después de haber bebido varios mezcales escuchara música y conversaciones de la mesa de junto.

Animado por el ambiente, al poco rato, comencé a cantar, mientras los doctores conversaban, conversación que detenían en ocasiones, para preguntarle al anestesiólogo si yo podía pujar y yo accedía a su petición, pujaba y cantaba.

Terminaron todos muy contentos, la música seguía, el médico daba las últimas puntadas a su obra, se lavaron las manos y me dejaron en manos de unos camilleros que me llevaron a la sala de recuperación.

Llegué a la sala todavía tarareando Philosopher, una doctora se presentó, me dijo que me cuidaría mientras me recuperaba. Luego llegó una enfermera a tomarme la presión y me preguntó si podía mover las piernas -las piernas no, pero los dedos de los pies sí- respondí- con un saludo de mis pies.

El tipo de al lado no estaba de tan buen humor, se quejaba de que no podía orinar, el personal médico que estaba ahí le pasó un pato, mientras verificaban si le habían puesto una sonda.

Afortunadamente, cuando sus lloriqueos se estaban haciendo insoportables, llegaron por mí y me dijeron que me llevarían a mi cuarto.  Me volvieron a preguntar si podía mover las piernas, les dije que no, a lo que me respondieron: -¡Ya la moviste!- y efectivamente, la pierna se movía cuando pensaba en moverla sin que yo sintiera, era como si hubiera cobrado vida propia, pero fuera obediente.

La alegría me duró un par de horas más.  Ya en mi cuarto, el cirujano llegó a verme, -todo salió muy bien- me dijo, luego de preguntarme cómo me sentía.  -¿Te gustó la música? . -La verdad,- respondí -me gustó más la anestesia.