Yo no tengo un cisne negro dijo
Clara, mientras comentaban la película y se quedó pensando--- Que aburrida soy –dijo
para sí- mientras los demás seguían discutiendo.
La
charla terminó, se despidió con un abrazo del amigo que la había invitado, subió a su auto y siguió cavilando –tal vez
soy joven aún para saber si tengo o no un lado obscuro y quizás mi lado obscuro
tampoco sea tan lóbrego, solo tenga una luz de otro color. Siguió conduciendo tratando de encontrar un
evento en el que hubiera transgredido las reglas, hasta que cayó en la cuenta de
que se había perdido. El barrio por el que conducía no parecía peligroso pero
definitivamente nunca había estado ahí y no sabía qué camino tomar para llegar a
la casa de sus padres.
Bajó del auto para ver si
encontraba a alguien que pudiera orientarla, pero la calle estaba desierta.
Algunas casas tenían la luz encendida, tal vez en una de ellas podrían darle
indicaciones para salir de ahí.
Caminó hacia la más cercana y
tocó el timbre, pronto abrió una joven, era como de su edad, unos veinticuatro
años, vestía de negro, una falda y un top que se pegaban a su figura, era
pequeña, con un cuerpo perfecto y ojos sonrientes. Clara explicó la razón de su visita y le
preguntó por varias calles; la chica aunque atenta a sus gestos, parecía
ignorar sus palabras y no contestó ninguna de sus preguntas. Clara le señaló el teléfono que estaba cerca
de la entrada y preguntó si podría usarlo para llamar a un taxi, la joven se
limitó a señalar una tarjeta que estaba sobre el teléfono.
Se dirigió hacia el teléfono y
marcó el número que estaba en la tarjeta, cuando escuchaba el tono de llamada
sintió que alguien que pasó junto a ella la había rozado y fue como si ese roce
hubiera penetrado en todas las capas de su piel, sus músculos su sangre, sus
huesos. Volteó y la joven que le había abierto la puerta e iba unos pasos
adelante, se volvió para mirarla y siguió su camino.
Algo en su interior la hizo seguirla
y colgó el teléfono justo cuando una voz sonaba en el auricular. Cruzó un pasillo que conducía hasta el
jardín. Poco a poco una música constante
se iba haciendo más audible sin que llegara a ser fuerte. Cuando llegó a su destino
vio que la joven a la que seguía se había perdido entre la gente que se
encontraba ahí. La noche estaba
despejada y podía verse un círculo formado por personas que entraban al centro, comían o
bebían algo y volvían a su sitio. El que
les servía era un hombre moreno, semidesnudo, con el cuerpo pintado de lunares
rojos y blancos que sentado en medio, tocaba un tamborcito, mientras otros
bailaban o miraban a algún sitio, cada quien por su lado.
De pronto, alguien la tomó de
la mano para llevarla al centro del círculo, el hombre con el cuerpo pintado puso
en su mano un trozo de una especie de cactus y le indicó que se lo llevara a la
boca, Ella lo hizo, tenía un sabor amargo, estuvo a punto de escupirlo pero
prefirió tragarlo. Al hacerlo los sonidos
se fueron escuchando uno a uno, podía oír e identificar cada eco de ese lugar,
desde el que producían las pisadas en el pasto hasta los que originaban el
tambor y las voces circundantes. De
pronto entre todas esas notas empezó a percibir una muy especial, distinta de
las de fuera, venía de su interior, era una música nueva, tranquila y alegre a
la vez.
Comenzó a bailarla, era como si
su cuerpo fuera moviéndose con cada compás, como si se volviera una con la melodía,
se abstrajo tanto que todo el barullo fué desapareciendo junto con las
imágenes, por unos segundos todo fue obscuridad para dejar que su canción y su
danza ocuparan todo el espacio.
En esta secuencia empezaron a
llegar a su cuerpo pensamientos y sensaciones que la inundaban por completo, si
abrigaba alegría era con la intensidad de una bomba, la euforia no cesaba, el
corazón le latía como si fuera a reventarse, si era tristeza, deseaba morirse y
desaparecer, su cuerpo se marchitaba como una rosa seca, se caía a pedazos; si
era deseo, comenzaba a arrancarse la ropa, a tocarse, a acariciar cada
milímetro de su piel hasta estremecerse; si la emoción era amor, sucedía con
gran intensidad, no había una sola creatura, un solo ser, incluso las piedras,
que quedaran fuera de su cariño; el odio, la encendía, sus puños se cerraban y
se tornaban en una roca capaz de acabar con cualquier cosa, sus dientes se
afilaban y podría devorar a quien se atreviera a cruzarse en su camino.
Así, mudaba de un estado a
otro, la danza seguía y con ella, un universo de sensaciones, estaba sola y podía
asumirse plenamente, era ama y señora de ella y del espacio que ocupaba. La danza se hacía mas rápida y sus emociones mudaban
cada vez en espacios más cortos, de modo que era difícil distinguir entre una
de otra, pensó que pronto estallaría, sin embargo, no podía detenerse. Repentinamente se desconectó, como si todo
hubiera desaparecido en un segundo, solo había silencio, una ausencia total de lo
que pueda ser percibido por los cinco sentidos, como si estuviera suspendida en
medio de la nada. Duró así algunos
minutos en los que ni siquiera era capaz de escuchar su corazón.
Lo que sucedió después no está
muy claro, al parecer debió quedarse dormida. Cuando despertó seguía en el jardín de la
casa, estaba tirada sobre el pasto y miraba las estrellas que desaparecían
mientras el amanecer llegaba. Algunos de
los miembros de la fiesta aún deambulaban, mientras que otros dormían igual que
ella hacía un rato.
Se puso de pié… se percibía
distinta, le dieron ganas de pasar su mano sobre las paredes y no dudó en
hacerlo, en otro momento de su vida ello le habría parecido ridículo. Inició su camino hacia el auto, la chica que
le había abierto la puerta descansaba en un sillón cercano a la salida. A modo de despedida y sin despertarla la besó
en la mejilla.
Subió al auto, seguía sin saber
dónde se encontraba pero ahora no tenía miedo, condujo por donde su instinto la
llevaba. Al cabo de una media hora se
encontró frente a la casa del amigo con el que había ido al cine la noche
anterior, era temprano para tocar pero no le importó y tocó tres veces seguidas
por si había que despertarlo.
Pasado un rato, él abrió la
puerta extrañado…
-Clara ¿qué haces aquí a esta
hora?
- ¿Puedo pasar? - Dijo ella
- Claro- respondió frotándose
los ojos
Apenas había entrado Clara
le preguntó si estaba solo, a lo que él respondió afirmativamente, un poco
sorprendido por la pregunta. Ella cerró la puerta, lo miró a los ojos y
acercando su boca a la suya, lo beso. Él al principio no supo qué hacer, pero
poco a poco fueron sumiéndose en el calor del beso, que de la boca se extendió
a todo el cuerpo. Sus movimientos se
hicieron uno y ella volvió a escuchar la música que había oído en la fiesta y
empezó a moverse al ritmo que al parecer su amigo, también conocía.