En mi convalecencia, me recuesto
en un sillón del que puedo mirar hacia la puerta de cristal y hierro que
comunica a un pequeño balcón que hay en la sala de mi casa.
Ahí, varias plantas, de modo
semisalvaje, sobreviven a mis cuidados.
Una de ellas, cuelga del techo, y a veces, en las tardes soleadas, le
aparece una flor de un lila incandescente, cuando se asoma, así pequeña como es,
inunda de alegría toda la cuadra.