Recogía a mi suegra luego de su primera consulta oncológica en un hospital público. Mi esposa me pidió llevarla a su casa mientras ella se queda a tramitar su pase a quimioterapia.
Caminábamos despacio hacia el auto,
con una mano ella tomaba mi brazo y con la otra apoyaba un bastón recién
comprado. De pronto, un joven que se hallaba en la banqueta, me hizo seña de
que esperara, como queriendo hablar con ella; pensé que necesitaba alguna ayuda
o que quería vendernos algo, me detuve y permití que se acercara.
- La acabo de conocer mientras
esperábamos en la fila -dijo- solo quería decirle que hoy después de cinco años
me dieron de alta, ya no tengo cáncer. -Sus ojos se humedecieron mientras lo decía-
solo quería compartirles -dijo- para que vean que se puede. Pero a pesar de esto
lo que aprendí es que hay que vivir cada día como si fuera el último. -desbordaba
de alegría y nosotros también.
Mi esposa salió al verlo, todos le agradecimos su regalo. Nos había compartido un milagro, el haberse tomado el tiempo para decirnos que había esperanza, que con personas así la vida vale la pena.