Uno de mis sueños no alcanzados
es el de organizar un cine club, aunque eso de no alcanzado es cierto solo a
medias, porque mi amiga Dan me invitó a programar un ciclo de cine en Giraluna en 2017; elegí para ellos uno de
trenes que me parece que le intitularon Cine Vías y Vidas.
Hoy en tiempos de cuarentena y Semana
Santa, ha rondado mi mente una serie de películas que siempre quise proyectar
como un ciclo al que denominaría con el título de una de las películas que incluiría:
Iluminación Garantizada.
Motivan la temática cuatro
películas que muestran aquellas situaciones, que cuando se presentan en la vida,
solo es posible trascenderlas si te transformas, esas que te acaban
convirtiendo en algo distinto, en una mejor persona.
El ciclo comienza con la pérdida,
haberlo perdido todo es el mejor camino a la iluminación, lo vemos en una
fantástica comedia de Doris Dörrie: Iluminación Garantizada (2000)
en la que a dos hermanos alemanes de personalidades totalmente distintas, Japón
les mostrará que para lograr la iluminación meditando en un cojincito, hay que
pasar por cosas aún menos agradables.
Cuando uno piensa en el vacío, a
veces utiliza el sinónimo de desierto, el desierto de la vida podemos decir,
cuando parece no haber nada, pero quienes hemos estado en el desierto, geográficamente
hablando, sabemos que como dice Rebeca Solnit, el desierto está hecho, sobre
todo, de luz.
Para el siguiente filme dejaremos
la comedia para ir al drama y mostrar la siguiente situación propicia para la
iluminación: el mundo, la vida, la gente. Es muy fácil alcanzar la santidad solo, en el
monte, aislado de todo, pero el reto es vivir en el mundo y lograr ser al menos
alguien no tan malo. Samsara
de Pan Nalin nos muestra la historia de Tiunhasi, un moje budista que
después de tres años de reclusión voluntaria en una ermita de Ladakh, vuelve al
monasterio, bueno, eso pensaba que haría, pero el destino le deparaba otro
camino.
Samsara da una bofetada a
aquellos que piensan que el conocimiento y la paz interior están en el confort
de un ohm, el silencio o la meditación, la paz interior en realidad la tienes
cuando eres capaz de mantenerla ante la agresividad del mundo.
Regresamos a la comedia para
encontrarnos con el tedio, aquellos momentos en que parece que la vida no va a
ninguna parte, como un círculo del que no puedes escapar, en términos de San
Ignacio de Loyola: de pecado en pecado cayendo, o en términos de Sartre; La
nausea.
Pero la película que lo explica a
cabalidad tiene un nombre más simpático, El Día de la Marmota o
como también la han traducido Hechizo del Tiempo (1993) de Harold
Ramis, protagonizada por Bill Murray y la encantadora Andie MacDowel, basada en
el guion de Dany Rubens.
Dany en su artículo How I
wrote the script for Groundhog Day in less than a week, cuenta cómo surgió
la idea de la película: estaba en el cine, mi esposa se había quedado a
cuidar a los niños y mi compañía ese día era un libro de vampiros, antes incluso
de mirar la portada, comencé a preguntarme cómo sería eso de vivir para
siempre, cuánto tiempo pasaría antes de que dejara de ser divertido o
interesante como para que valiera la pena, cómo una vida eterna afectaría a una
persona, especialmente a aquella que parece incapaz de cambiar en el transcurso
de una vida normal. En ese punto recordé una vieja idea de una historia que
había dejado olvidada en un cajón de tarjetas acerca de un hombre que se
despierta todas las mañanas y es el mismo día y así una y otra vez, ahí explotó
mi cabeza y al poner esas dos ideas juntas nació el Día de la Marmota. Dos años
mas tarde de haber concebido esa idea de un día que se repite, encontré su verdadero
propósito, ya no era solo la historia de un hombre cuyo día se repetía
incesantemente, era una historia a cerca de cómo vivir, ¿qué la vida no es una
serie de días, qué uno no se ha sentido detenido en el tiempo de cuando en
cuando?
Por último está la muerte, su
presencia cercana e inminente, pero no esa muerte inescapable que se asoma como
una posibilidad de todo ser humano, sino aquella que te acorrala, que te amenaza
y sabes que solo es cuestión de tiempo si continuas viviendo, aquella que solo
es capaz de afrontarse en el amor.
De Dioses y de Hombres (2010) de
Michele Barthélémy logra explicar con claridad lo que San Ignacio refiere como
la indiferencia: en tal manera que no queramos de nuestra parte mas salud
que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta y
por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más
nos conduce para el fin que fuimos creados.
De Dioses y Hombres es una
película maravillosa que aunque se sitúa lejos de México ofrece una realidad
muy cercana a la que viven muchas de las personas que están en zonas de
conflicto, ideal para esta Semana Santa que para los cristianos implica
acercarse a la muerte, pero también al amor.
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