domingo, 5 de junio de 2011

La Puerta del Sol

Era martes, día que siempre esperaba ansioso, mocasines recién boleados, perfume con un ligero toque a naranja, pelo engomado y traje beige, con corbata café o verde. Eso sí, camisa blanca, impecable, sin una sola arruga, nadie las plancha como él, incluso el día que la mandó a la Tintorería Francesa, tuvo que darle otra pasada, pues habían quedado pequeñas arrugas en medio de los botones.

Se miró al espejo y deseó con todas sus fuerzas que este martes fuera diferente, o mas bien que este día él no le fuera indiferente y que se atreviera a mirarle a los ojos siquiera un segundo.

Ella, se puso su camisa rosa, la que le quedaba justa, procuró perfumarse, esperando que las gardenias blancas superaran el olor de los platillos de la cantina en que trabajaba y que cuando ella le sirviera la botana, él lograra distinguir su perfume, ese que solo se ponía los martes, para esperar al comensal del traje beige que jamás murmuraba palabra más allá de una cerveza por favor, sí y gracias, pero que a ella sin saber muy bien porqué, le gustaba tanto y a pesar de eso o tal vez por eso, no podía tener con él la misma soltura para bromear y comentar que tenía con cualquier cliente.

Eran las dos de la tarde, caminó despacio hacia la esquina de Palma y 5 de Mayo, aunque podía, no le gustaba llegar siempre a la misma hora; 5 minutos antes o 5 después tal vez disimularían su costumbre de hacía un año, de acudir a la Puerta del Sol, por una cerveza y su respectiva botana y las razones de amores que estaban detrás de ese hábito.

Se detuvo unos segundos antes de empujar la puerta, se arregló la corbata verde y se felicitó por haberla elegido, sin duda hacía ver mejor el traje beige y a él cuando lo portaba; sonrió, tratando con ello de sentirse más seguro ó mas atractivo. No importaba que una vez más no lo mirara, hoy él la invitaría al teatro, ese volante de dos por uno que le habían dado en el camino debía ser una señal.

Entró, como siempre a esa hora la cantina estaba vacía, excepto por unos turistas argentinos que estaban sentados junto a su mesa de costumbre y que miraban el lugar con gran atención y sorpresa como si una cantina fuera la gran cosa.

Se sentó en su lugar del que podía escucharse la conversación de sus vecinos, lo que no alcanzó a distraerlo de sus pensamientos.

Ella se acercó con su libreta en mano y con ese aire de seguridad que a él le fascinaba, pero se dirigió primero a la mesa de junto, advirtiéndole a la chica que si pedía refresco la comida se le cobraría aparte. Tomó la orden y en lugar de ir hacia él, se regresó a la barra, como queriendo tomarse su tiempo.

El seguía sumido en su mente y se repetía: me tiene que mirar, no le seré indiferente, cuando de pronto le fue inevitable escuchar la conversación de sus vecinos: -Ché me ponía nerviosa, no se si te estaba preguntando a tí o a mí, como que miraba pa todas partes... -Sí que sos pelotuda, no te diste cuenta que está visca y luego un par de carcajadas.

Él no pudo evitar sonreír al escucharlos, cuando ella se acercó a servirle su cerveza de siempre, y darle a escoger la botana, justo al posar la cerveza en la mesa, tomó su mano, levantó la cara y ya sin importar si lo miraba o nó, se acercó a su oído y le pidió que fueran al teatro por la noche. 

     

1 comentario:

  1. Qué fortuna estar en la puerta del sol. En martes. En la mesa de al lado. Contigo.

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